En este día te quiero invitar a viajar conmigo. ¿Te animas? ¡Vamos! Nos dirigimos hacia los tiempos de Jesús al huerto de Getsemaní, estamos en el monte de los Olivos. Presta atención, allí está Jesús ¿Lo ves? También están los discípulos, aunque están un poco mas lejos, tendrían que estar velando en oración, pero quedaron dormidos.

El Hijo de Dios está orando, intercediendo por nosotros, hablando con el Padre, pidiendo por sus discípulos y por los que hemos de creer en El por la palabra de ellos. ¿Ves sus gotas de sudor mezclado con sangre caer a tierra? No era fácil para El, sabía lo que le esperaba, aun así decide seguir el plan de Dios, cumplir con Su misión.

Al terminar se reúne junto a sus discípulos, les anuncia que la hora había llegado y que venían por el. ¿Los ven a los soldados? pero… ¿Quién viene en frente? es Judas, traicionó al Salvador, lo vendió por 30 piezas de plata… Jesús sabía todo, igualmente al saludarlo, escucha lo que le dice: «Amigo ¿A qué vienes?» Judas no tuvo oportunidad de responder, que los soldados se acercaron a Jesús y lo prendieron.

¿En estos momentos, no tienen ganas de gritar: « ¡Jesús, eres Todopoderoso si quisieras los puedes derribar con tan sólo un soplo! ¡¿Porqué no lo haces?!» pero El decide no hacerlo… por amor decide obedecer a Dios, terminar la obra.

Lo que ocurre ya lo conocemos todos, intentan representarlo en películas, el juicio y azotes recibidos quedaron pequeños en comparación al GRAN amor que inundaba su dolido corazón.

Sigamos a Jesús (ya que varios de sus discípulos lo negaron y dejaron) mientras recorre el camino al Gólgota cargando una pesada cruz, pero sospecho que el peso no se debe a la pesada madera, creo que se debe al gran peso de nuestro pecado, en realidad, el de toda la humanidad cayo injustamente sobre sus hombros.

Llegó el momento, nos encontramos en el Gólgota, los soldados están cumpliendo con su trabajo, haciendo “justicia” clavandolo a una cruz. Fue levantado en alto, parea que todos lo podamos ver, y así fue. Los presentes sabemos que realmente no son los clavos quienes lo retienen en esa cruz, sino Su amor inmenso. Después de horas en esa cruz, y una multitud mirando, como pocas veces se vio, encomendó su espíritu al Padre, y murió. El justo murió por injustos. Ya pasaron unas horas desde su muerte, y los soldados bajaron el cuerpo de Cristo y se lo entregaron a su madre y acompañantes para que al Dueño del mundo lo sepultaran, en una tumba prestada.

Descuiden, aun no termina nuestro viaje, el Rey de reyes y Señor de señores rehusó mostrar su poder en aquella cruz, decidió invertirlo para vencer la muerte. ¡Sí, la venció! se burlo de ella, la humilló… resucitando, ¡La Vida venció a la muerte! Al consumar su obra, con gloria y esplendor regreso al cielo junto a Dios Padre, El logro satisfacer al Padre. Entro por la puerta del Reino y al pasar la dejo abierta, para que por ella entremos todos aquellos que creemos en su hermosa obra en la cruz.

Pensemos en esto: Cristo, el Hijo de Dios, dejó su reino celestial para caminar por pueblos con calles polvorientas, cambió su trono a la diestra del Padre por una cruz, cambió la adoración de miles de ángeles por insultos, blasfemias y escupidas humanas sobre su rostro. cambio su cetro por gruesos clavos, cambió sus vestiduras reales por un manto, cambió su corona preciosa por una corona de espinas.. lo entrego TODO… lo hizo por mi y por ti. Si El dio todo por vos ¿No piensas que también merece todo de ti?

Mi deseo es que en estas pascuas recordemos el verdadero significado, que no solo sea una tradición o costumbre, no nos vistamos de velorio al recordar la muerte de Cristo, porque si hubiese sido solo eso, seria una obra incompleta. Hagamoslo con espíritu festivo, porque estamos esculpidos en las palmas de Sus manos (Is. 49.16), porque por sus llagas fuimos nosotros curados (Is. 53.3). Celebremos porque nuestro Salvador ¡Ha Resucitado!