Me han robado mi teléfono móvil de una forma tan monstruosa, inesperada e injusta. Por la tarde del viernes pasado me encontraba en la Ciudad de México realizando algunos compromisos mientras estaba de paso por la metrópoli. El cielo ya pintaba gris alrededor de las seis de la tarde. Pronto se comenzaban a sentir algunas gotas de agua que viajaban con un manso viento mientras la temperatura ambiental bajaba al igual que el sol se preparaba para ponerse sobre el alba y así pintar el cielo de color rojizo y naranja.
Me encontraba en el centro de la ciudad, específicamente en el zócalo, el punto más importante de la urbe mexicana. El zócalo estaba rodeado de la pasión futbolera luego que el gobierno de la Ciudad de México dedicara un mes en honor a la copa mundial de fútbol con canchas de fútbol, imponentes obras de arte representando balones de fútbol de diferentes estilos y diseños, futbolitos, áreas de juego y un escenario para bandas y grupos musicales donde se alegraba y contentaba el ambiente por la tarde del viernes.
Tenía que salir al otro lado de la ciudad, me dirigía a Polanco, por donde está ubicado el majestuoso museo Soumaya. Aunque podría haber viajado en carro, metrobus, taxi, Uber, entre otras, la forma de transporte que opté fue el metro, uno de los más baratos del mundo ya que con $0.27 dólares puedes viajar alrededor de la ciudad. Un viaje barato que al final implicaría un gran costo.
Al llegar al metro me encontré con lo peor, una aglomeración de personas tan grande que parecía mercado. El ruido, la gente defeña y la temperatura que al menos ascendía a los 10 grados más que en la superficie, imponían incertidumbre. Era la hora pico y ya estaba la gente formada en cinco hileras para entrar en alguno de los vagones, si es que podían introducirse de manera bestial. En diferentes ocasiones ya me había subido al metro de la Ciudad de México y no me alarmaba usarlo y al dominar el Subway de la capital del mundo, estaba listo para sumarme al mar de personas totalmente desconocidas con quien compartiría la incomodidad, el fastidio, el oxígeno y el sudor dentro del vagón por la siguiente hora.
Pronto llegó el metro y no alcancé a subir. Dejé pasar involuntariamente uno, dos, tres trenes y es que literalmente no podía entrar con las personas con las que iba. Mientas seguía esperando impertinentemente, comenzó a llegar más gente y al tratar de subir, las personas perdían el respeto y la educación; se convertían en descorteses e incultos ciudadanos. Estoy acostumbrado a dejar que las personas salgan antes de entrar, pero acá era cruel, era algo así como «entre quien pueda y si alguien quiere salir, si sale, bien, si no, que se pudra». La gente seguía llegando, la plataforma del metro pronto rebosaría de almas desesperadas tratando de meterse al tubo de metal, dirían los ingleses.
El tsunami llegó. Fue ahí cuando comenzaron a empujarnos agresivamente, fue inesperado, fue monstruoso. Todos empujaban por todos lados. Luego de varios segundos en la lucha por entrar a un vagón, finalmente entré. Adentro era lo mismo que afuera, íbamos parados, presionándonos, fastidiados y con un calor intolerante. Por ahí por Bellas Artes, la segunda parada, metí la mano a mi bolsillo derecho de enfrente y estaba vacío, ¡ahí debería estar mi teléfono móvil! Pensé que quizá lo había depositado en el bolsillo izquierdo. Como pude, cambié de mano del tubo donde me sostenía en el vagón y metí la mano al bolsillo izquierdo donde solo encontré mis gafas de sol y unas cuantas monedas. Revisé por todos los bolsillos, revisé una y otra vez como si de manera mágica luego de varios intentos lo encontraría ahí dentro. Empecé a recorrer mi mente durante los próximos 15 minutos pensando en donde rayos había dejado el móvil. Quizá se lo di a alguien a que lo guardara, quizá lo dejé en donde me hospedé, quizá esto, quizá aquello…quizá me lo robaron. No me lo habrían podido robar en el metro, pues me daría cuenta rápido al llevarlo en el bolsillo de enfrente. Al trasbordar en la estación Tacuba, lo confirmé; me habían robado mi teléfono móvil. Pronto empecé a sentir impotencia, enojo, tristeza y lástima. Mi iPhone 8 Plus, que tenía menos de un año de haberlo adquirido, me lo habían robado en el metro de la Ciudad de México tan descaradamente. Finalmente supe donde fue, en el forcejeo y empujones bestiales que las incultas personas dieron por varios segundos antes de entrar en el metro, me lo habían sacado.
¡Ladrones!, ¡Bandidos!, ¡Descarados! Mi abuela Alicia les diría «mendigos arrastrados». No supe quien, pero si supe cuando y cómo; que asco de personas. Ahora no tenía forma de comunicarme y todos los mensajes y llamadas que tenía que atender, se habrían perdido, las fotos recientes también, ya que no contaba con servicio ni seguro en este tiempo. No era un teléfono móvil para chatear, ver videos o pasarla en las redes sociales, sino una herramienta indispensable de trabajo para mí. Tanto esfuerzo y sacrificio para que unos insolentes se robaran mi móvil.
Al bajarme en Polanco traté de localizar el teléfono, lo reporté como perdido, lo bloquee y le puse un mensaje para que, quien lo tuviera, supiera que había sido robado y que me contactara vía email a una dirección de correo. Pronto me enteré por medio de conversaciones al respecto, que esos ladrones a eso se dedican, a robar teléfonos en el metro, operan en grupos y los revenden en el mercado negro. Que triste que la Ciudad de México que tanto amo me traicionara así, que triste que esta forma de trasporte público tan importante se ha convertido en un negocio clandestino de robos para muchos.
Nunca me han robado un teléfono móvil y ahora me tocó experimentarlo de una forma tan monstruosa, inesperada e injusta. Sin dudas ha sido el viaje en metro más caro que me ha costado en la vida a más de $900 dólares. De regreso por la noche al centro de la ciudad viajaría en metro otra vez, este viaje ya no sería igual, mis viajes en metro por la capital ya no serán igual. La noche estaba fría como mi mente. El ambiente estaba callado como mi corazón. La lluvia estaba cayendo como mis lagrimas. El cielo lloraba conmigo esta pérdida, llovería toda la noche.
Recommended Posts
20 cosas que el 2020 me ha enseñado y que todos debemos recordar siempre
30 Dic 2020 - Cultura, Motivación Personal
Las mamás son mamás (y no papás)
06 May 2020 - Cultura, Ocasion Especial, Relaciones Interpersonales
7 cosas que el coronavirus no ha cambiado
03 May 2020 - Cultura, Vida Cristiana